“Inclinó los cielos, y descendió; y había densas tinieblas debajo de sus pies.
Cabalgó sobre un querubín y voló; voló sobre las alas del viento.
Puso tinieblas por su escondedero, por cortina suya alrededor de sí; oscuridad de aguas, nubes de los cielos.”
(Salmos 18:9-11/RVR 1960)
Este es uno de los Salmos Mesiánicos del Antiguo Testamento, que anunciaba lo que pasaría ante el clamor del Hijo de Dios, en su momento tormentoso en la cruz de su sacrificio vicario por la salvación del mundo (Salmos 18:6,7). Hecho sobrenatural que fue registrado por los Evangelios Canónicos del Nuevo Testamento, especialmente de los Evangelios Sinópticos, y del cual tenemos muy poca comprensión racional al respecto.
“Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre la tierra...” (Mateo 27:45); hasta que Jesús clamando a gran voz, confió su espíritu a Dios, expirando. Sucediendo inmediatamente tres fenómenos: 1) El velo de entrada al lugar santísimo del templo, en que solo el sumo sacerdote entraba una sola vez al año, se partió dejando abierta la entrada. 2) Hubo un fuerte temblor de tierra que partió las rocas solidas 3) Se abrieron también, por el temblor, los sepulcros, y se dio la resurrección de muchos justos que estaban muertos, y que después de la resurrección de Jesús, se mostraron públicamente en Jerusalén, como testimonial de lo que les había sucedido. (Mateo 27: 51-53). Podríamos afirmar, que ese fue el momento más cercano que tuvo Dios con la Tierra; respondiendo al clamor de su Hijo Amado que moría en la cruz por el mundo; oculto en esas tinieblas y evidenciando su cercanía con la resurrección de los muertos”. Porque eso es lo que provoca Dios con su cercanía, vida o muerte. Y el mundo, ni se dio por enterado de tremendo hecho sobrenatural.
Compelido por el Espíritu de Dios, soy llamado a dar testimonio formal de una grande visión, que Dios me permitió tener en una etapa experiencial de mi vida, como parte de mi aprendizaje de conocimiento del verdadero Dios. Ahora se, que la visión que Dios nos permite tener, es de línea personal; como las visiones personales que tuvieron los hombres de Dios, según nos relata las Santas Escrituras. Me costó humillaciones, burlas o extrañezas de mis consiervos, cuando les compartía mi visión. Y es que yo pensaba al principio, como neófito todavía, que a todos los creyentes les pasaba lo mismo, o que al menos, cada uno de nosotros tendríamos nuestras propias visiones personales experienciales de Dios; así que preferí callar y guardar mi testimonio acerca de esta visión, por un buen tiempo.
Yo tendría aproximadamente 21 años de edad, y acostumbraba a hacer mi devocional personal sobre el techo de mi casa, leyendo a voz en cuello el libro de los Salmos y a manera de adoración a Dios. Era verano, y estaba en horas del medio día; hora en que el sol toma su mayor brillo y el cielo se muestra con un colorido celeste. Estando alabando a Dios y leyendo un Salmo de la Biblia, sentí detenerme; para luego levantar mi mirada hacia arriba. Vi que ya no había luz del día, sino que ahora parecía como si fuera de noche, porque todo estaba como en tinieblas o en oscuridad. Y los vi, al Padre y al Hijo, la figura de ambos se veía como cuando alguien se pone detrás de una cortina, esa oscuridad o tinieblas eran como la cortina detrás de la cual Dios se mostraba ante mis ojos. Las figuras de ambos eran perfectamente iguales, no se diferenciaba el uno del otro; sus cabezas estaban afectuosamente como recostándose entre ellos. Y aunque yo percibía que estaban sentados, porque solo se veía desde la mitad de sus cuerpos o cinturas, hasta sus cabezas, eran tremendos gigantes fuera o por encima de nuestro espacio, tanto planetario como sideral. Se movían, haciendo notar a mi percepción que eran “Seres Vivientes”. La presencia de ambos se contrastaba con todo nuestro universo; dándome la sensación de que ellos son la única realidad existente y eterna; y que todo lo que conocemos y todo lo que somos existencialmente, somos una simple ilusión, una irrealidad, un sueño absurdo ante tal Suprema Realidad. Al percibir que me miraban, y al contemplar a estos Poderosos Gigantes; me vino una emoción que me excedió, maravillándome y haciéndome sentirme completo, porque todo lo sorprendente o lo grandioso que alguna vez el hombre, en su búsqueda inconsciente de Dios, espera encontrar, allí estaba, ante mis propios ojos; y de manera irracional y con una avasalladora emoción, grité: “¡Yo quiero mirar siempre!”. Contemplando al Dios Altísimo, mediante esta visión, me vino derrepente un espanto tan grande, que grité asustado y bajando mi cabeza hacia mis rodillas, me quedé así por un momento, con los ojos cerrados, aterrado de lo que estaba viendo. Pues, tomé conciencia de que yo soy un simple y detestable gusano de la tierra, ante el Dios Viviente; y se me daba la convicción de que tendría que pasar el umbral de la muerte, si quería seguir mirando.
Luego, de que pude reincorporarme levantando mi cabeza y abriendo mis ojos; la luz del día estaba brillante y normal; pero, yo había quedado impresionado y el mundo alrededor, me parecía opaco y deslumbrado.
Algo mas que debo recordar de esta visión, es que pude reconocer a Dios, con toda certeza; porque El es inconfundible. Y puedo asegurar que todos tenemos un conocimiento casi intuitivo e innato de reconocer a Dios; es un conocimiento de la criatura de reconocer a su Creador.
El conocimiento que he recibido de esa visión, es saber que Dios no es un ídolo, no es un ser pequeño, no es un invento, no es alguien al cual tú puedas manejar o guardar en algún bolsillo.
Y concluyendo, entonces, les comparto; cuando se den estos fenómenos de tinieblas o de nubes oscuras, pregúntense: ¿Se estará acercando Dios, para mirarnos desde su propio espacio y juzgar en que estamos andando?
“La tierra fue conmovida y tembló; se conmovieron los cimientos de los montes, y se estremecieron, porque se indignó Él”.
(Salmos 18:7)
¡Lee la Biblia!
C.A.S./ Un testimonio personal y experiencial.