“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.”

 

(Evangelio de Juan 3:16)

 

 

La película “La Pasión de Cristo”, de Mel Gibson, sin duda es una actualización de las películas tradicionales del Jesús místico y sagrado, que en “Semana Santa” hemos venido contemplando cada año; el Jesús de esta versión mística y sagrada, se mostraba casi intocable aun por el martirio de los clavos y la cruz, no se desalineaba en ninguna escena. Pero, en la película de Gibson, lo que se actualizó ha sido la violencia ejercida contra el Hijo de Dios, violencia a la cual se le muestra tan cruda, tan irracional, tan sangrienta, tan irreverente y tan actual, como la que espectamos cada día en nuestro mundo de hoy.

Gibson, director-actor de algunas películas cuya trama es la violencia a la cual se la justifica como en “Corazón  Valiente”, por la  libertad y contra la esclavitud; en “El Patriota”, por la patria y la familia; en las series espectaculares “Arma Mortal”,  por una respuesta violenta de la policía a la medida de las peores de las violencias  delincuenciales; en la película,  “La Pasión de Cristo”,  la violencia aplicada al Hijo de Dios, no tiene ninguna justificación,  salvo la locura de hombres violentos que sin darse cuenta, entran a un estado mental y espiritual extraño, para convertirse en simples marionetas del mal y de la muerte.

Según el Mensaje del Evangelio, que nos habla de la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo; Jesús en la cruz, es el hombre mortal, el siervo de Dios sufriente, que convertido voluntariamente en victima mediadora por cada uno de nosotros, asume nuestra humanidad condenada a morir y a recibir el justo castigo   de Dios, por nuestras culpas.

En la cruz, se da el mayor testimonio del amor de Dios por sus criaturas, (Juan 3:16); el Dios eterno y sublime, ha sido capaz de desprenderse de su Hijo Amado, por la salvación de todo ser humano. 

En la cruz, se da el mayor acercamiento del Dios inmortal, a este mundo mortal y perecedero; el Hijo de Dios nació como uno igual a nosotros y ahora moría igual a nosotros. Así que en vida y en muerte, Dios al acercarse nos ha brindado su compañerismo.

En la cruz, además, se da el momento de la verdad, la mayor prueba de Dios para el mundo, en que lo peor de cada uno de nosotros o lo mejor, se descubriría ante el injusto martirio del Enviado de Dios; y efectivamente, el mundo se divide ante el proceso agónico de Jesús, el Mesías.  Pues, mientras algunos de sus allegados lamentaban y sufrían por causa del martirio del Señor al cual habían creído; otro lo negaba por cobardía y otro seguidor tránsfuga lo había traicionado. Había gente que se mofaba, vituperaba y escarnecía inmisericordemente al Hijo de Dios; los conspiradores religiosos, en lo oculto, se sentían satisfechos en eliminar la amenaza que representaba este maestro laico Jesús, para su estatus en la jerarquía institucional religiosa y social. Y las autoridades nulas para hacer verdadera justicia, simplemente se lavaron las manos, y dejaron que la más grande de las injusticias atropellara a la vida más inocente que hubo sobre esta tierra.

En la cristología paulina, Jesús es un tipo de Segundo Adán o nueva creación, (Romanos 5:17-19); en esta tipología se enseña que es por causa de este Primer hombre Universal Adán, que el pecado y la condenación hicieron su ingreso en el mundo, pasando a todos los hombres. De igual manera, por este Segundo Adán, Jesucristo”, la vida, la justificación y la gracia de Dios, pasaron a los hombres y mujeres de todas las generaciones, que han apreciado y creído a esta entrega vicaria del Hijo de Dios, por la Salvación del mundo.

Desmitologizando la muerte y la resurrección del Hijo de Dios, debemos aclarar que Jesucristo no salió victorioso de la tormentosa cruz, ni resucitó porque era divino; sino que, en cuanto a su padecimiento, padeció como verdadero hombre mortal, sintiendo el dolor y la agonía física en su inmolación por la vida del mundo. Y en cuanto a su resurrección, Jesús resucita porque en él no había pecado; por tanto, la justicia de Dios falla a favor de la inocencia de Cristo Jesús, y la muerte no pudo retenerlo.

En otras palabras, en el Primer Adán, pudimos descubrir lo débil y corrupto que podemos llegar a ser, por simple repetición de esta mala conducta humana; pero, en el Segundo Adán que es Cristo, podemos llegar a descubrir lo fuerte y lo capaces que somos para hacer lo correcto, lo debido, lo bueno.

Jesucristo, la luz del mundo, vino para alumbrar nuestras tinieblas morales y darnos conciencia de esa lucha constante entre lo peor y lo mejor que hay en cada persona; por supuesto, él vino para alentar nuestro lado bueno, para apelar a lo mejor que hay en cada ser humano.

Jesucristo en la cruz, es la oportunidad de cambiar, de terminar con nuestro lado malo y empezar una nueva y correcta actitud de vida, basada en el expedito perdón de Dios. Acerquémonos a Jesús, el Hijo de Dios, para descubrir y fortalecer lo mejor que hay en cada uno de nosotros.

 

¡Lee la Biblia!

 

(C.A.S.)/Una reflexión evangelizadora

 

 

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