La partícula de Dios o del origen

 

“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas…”  (Romanos 1:20)

 

El colisionador de hadrones,  de 27 km de largo, ubicado entre la frontera de Francia y Suiza, en Ginebra, y  que costó  4,000 millones de euros, inaugurado en el 2008, y utilizado recién en el 2009 a causa de una avería; hoy llega a hacer noticia internacional con  el hipotético descubrimiento de una partícula subatómica, que podría ser o no, la tan buscada partícula de   bosón de Higgs, partícula que vendría a ser el elemento generador principal del origen del universo material y energético. Con una gran inversión no solo económica, sino además de millares de físicos,  la cooperación de 34 naciones y de años de búsqueda,  bueno, algo se tenía que descubrir o  decir.

Esta supuesta partícula de bosón de Higgs, ha sido llamada para un impacto mediático “la partícula de Dios”.  Con esta denominación se trasluce la soberbia humana de tener algún indicio particular de Dios, para meterlo a algún tubo de ensayo o probeta, y de esa forma la criatura podría estudiar y analizar al Creador, y como no, llegar a ser otro dios como El.

Este denominativo “la partícula de Dios”, también trasluce la comprensión atea del origen del universo;  y lo sensacionalista de los medios informativos para llenar columnas noticiosas y crear conflictos entre la ciencia y la fe.

Sabemos que hay diferentes Teorías acerca del Origen del Universo y de la Vida; y que estas teorías pueden dividirse en general, entre  teorías ateas y  teístas.

Filosóficamente y en apología contra el cristianismo, la posición atea afirma que la materia se crea a sí misma; y que no muere, sino que se transforma.  En conclusión la materia es dios.

La Teoría atea de la Gran Explosión o del Big Bang, que dio origen al universo y a la vida, es lo que se emula en ese gran tubo de ensayo tecnológico, que es el Colisionador de Hadrones del CERN; que tiene por objetivo encontrar a la partícula que ha dado forma al universo tal como  lo conocemos hoy.

En esta posición teórica, se acepta que el universo y la vida son el resultado del azar, de ese proceso explosivo y de la interacción entre esas partículas cósmicas.

Los  materialistas ateos, tradicionalmente han dado por sobreentendido  que Dios y la materia, son dos cosas distintas, ajenas  e irreconciliables. Esto se debe a explicaciones tradicionales dogmáticas acerca de la existencia de Dios.

Por ejemplo, se enseñaba dogmáticamente “Que Dios creó todas las cosas de la nada”. Como si la nada fuera algo que se pueda definir o describir. Más bien este concepto de “nada”, fue la cuña en el intelecto humano,  para lo finito de su entender de la acción creadora de Dios.

En el Evangelio de Juan se nos dice que fue la Palabra energética de Dios,  la que dio origen a todas las cosas; está escrito: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1,3). Y en el libro bíblico de los orígenes, encontramos: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.” (Génesis 1:3)

El otro concepto que enajenó a la materia de Dios, fue la enseñanza de que Dios es un ser insustancial, es decir, no tiene nuestra forma material corpórea.

Jesús, el Maestro divino, nos alcanzó una descripción de Dios; él dijo: “Dios es Espíritu” (Juan 4:24); entonces, ordinariamente pensamos en Dios como un ser fantasmal. Sin embargo, literalmente el término “espíritu”, (“ruaj” en hebreo y “neuma” en griego), significa “viento, aire”; que nada tiene que ver con fantasmas.

Y la idea que nos quiso dejar el Mesías, acerca de la naturaleza de Dios, era su invisibilidad; es decir, como al aire que no vemos, pero,  como  elemento el  aire existe,  así también, a los ojos humanos Dios es invisible. Y así como el aire o viento tiene volumen y fuerza, aunque no lo vemos,  y en forma de huracán puede traer daños al modo de vida del hombre, o como el aire en las llantas de los tremendos vehículos, tráiler o aviones, puede brindarle servicio al ser humano; así también, no podemos pensar en el ser de Dios, como algo inferior o insignificante en relación a la materia.

Termino observando algo que pasamos desapercibido en la lectura bíblica de los orígenes, y está  en relación a lo primero que Dios creó, que fue a la materia bruta. En Génesis 1:1, encontramos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

Y se dice en qué estado se encontraba la materia creada por Dios,  al principio; esta materia se encontraba  deforme, vacía y oscura. (Génesis 1:2)

Desde el punto de vista de la fe cristiana, y desarrollando los diferentes argumentos racionales que indican la existencia de Dios; nos damos cuenta por ejemplo, que hay un sentido de la estética en todo lo que contemplamos de la naturaleza; observamos un contraste armonioso de color y formas; concluyendo que necesariamente tuvo que ser alguien inteligente,  con un sentido de la belleza  que lo ha creado todo.

El argumento racional del diseño o teleológico, nos dice que cuando observamos a nuestro entorno natural o a nuestro propio ser humano, nos damos cuenta que todas las cosas no solamente tienen un diseño, sino además, un propósito o finalidad en sus detalles más mínimos o más complejos; los ojos o las orejas en el ser humano, por ejemplo, no solamente están en sus lugares frente y costados, sino que ese es el lugar más adecuado para la finalidad que han de cumplir estos órganos humanos; y el hecho de que sean dos ojos, favorecen a una visión panorámica de todo, y el hecho de que sean dos orejas, favorecen a una audición global. Cuando observamos la inclinación que tiene nuestro planeta frente al sol y en todo su ciclo de rotación; nos damos cuenta que esta inclinación no es caprichosa, sino que hace único a nuestro planeta; pues, por esta inclinación se da el día y la noche, y se dan las estaciones. Concluyendo que esto no es casualidad, sino que debe ser un ser inteligente quien lo ha diseñado de esta manera.

 

 

El argumento ontológico o del ser, nos dice que si el ser humano se ve a sí mismo como derivado de algún ser o partícula; no puede explicarse  ese ser inteligente, emocional, consciente y moral que lo distingue  como ser humano. Solo en Dios encuentra su explicación; porque Dios es un ser inteligente, moral, consciente y con capacidad de amor y  de justicia.

Afirmar que hay un Dios que lo ha creado todo es más racional, que afirmar que todo es producto del azar.

En lo que respecta a teorías sobre el origen del universo y de la vida, debemos considerar que todos se reafirman en sus respectivos argumentos y toda teoría está sujeta a afirmaciones hipotéticas. Pero, debo decir, que los que afirman que el origen de todo se lo debemos al azar, son más creyentes que los cristianos; pues, aceptan que vivimos y permanecemos hasta el día de hoy, de milagros del azar.

Al final, para terminar, no importa que partícula elemental se conozca o se descubra; Dios es creador de la materia. Y las partículas cósmicas más elementales no son dios, sino un derivado de Dios.

Y algún día cuando veamos a Dios tal como es El; nos sorprenderemos al darnos cuenta de que en su naturaleza personal y divina, está compuesto de todo aquello que nos intriga investigar, materia, energía, etc.

 

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.”  (Salmos 19:1)

 

¡Lee la Biblia!

 

César Augusto Salinas (C.A.S.)/ Una reflexión acerca de la existencia de Dios