“De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; … él es aquel Elías que había de venir.” /Jesucristo.
(“Mateo” 11: 1ª, 14/RVR 1960)
Juan el Bautista fue el último de los profetas del Antiguo Testamento, pariente del Señor Jesús por la línea genealógica de María, la madre del Mesías.
Jesús lo llama el profeta más grande entre todos aquellos que lo han antecedido; pero cuando uno lo compara con los profetas Moisés, Elías, Daniel, Isaías o Jeremías, vemos que en Juan no se dio esas grandes señales que certificaron a esos grandes profetas del Antiguo Testamento, y que, además, nos legaron escrituralmente todo su conocimiento experiencial de Dios.
Juan era un profeta marginal o fuera del formato tradicional de los profetas, que vivían en palacios, eran consultados y se llevaban bien con los reyes. Su espacio ministerial lo era la soledad del desierto, que se sostenía por la austeridad de su vida y la fortaleza de su carácter.
Sin lugar a dudas, lo que el Señor Jesús estaba señalando era la integridad personal de Juan el Bautista, y el hecho de que él llegó a ver cara a cara al mesías, anunciado por todos los profetas que lo antecedieron.
La integridad personal de Juan el Bautista que se exteriorizaba en su vida y mensaje, se había convertido en una antorcha para una sociedad judía sumida en un “reino de la mentira”, con un rey títere, una clase dominante convenida y una clase religiosa y política, que había perdido la esperanza mesiánica de ver resurgir a su pueblo, pues, se encontraban bajo la tutela del imperio romano.
Juan no salía a buscar a la gente, era la gente sincera y hastiada del “reino de la mentira”, la que transitaba por el desierto en busca de Juan; y al encontrarlo, sentían el impacto de su vigoroso mensaje: “¡Oh generación de víboras! Haced frutos de arrepentimiento.” Porque la predica de Juan era un llamado al arrepentimiento y bautismo en agua. Esta gente sincera, que había superado “toda actitud hipócrita de supuesto arrepentimiento religioso”; le preguntaban a Juan que debían hacer, para un sincero arrepentimiento, y él les respondía: “el que tiene más comparta con el que no tiene; los que tienen autoridad, no abusen extorsionando a los que debieran proteger o administrar justicia; a los funcionarios públicos, no cobren de más, confórmense con su sueldo”.
Es decir, si de verdad te has arrepentido, si de verdad quieres reconciliarte con Dios, tu conciencia y tu prójimo, entonces: Si has robado, deja de robar; si te has quedado con fortunas que no te pertenecen, devuélvanlo; si has mentido contra tu prójimo, di la verdad; si has abusado de tu poder, asiste a los menos favorecidos; si has hecho mal a otros por tu egoísmo, repara hoy los daños, …Porque no hay otra manera en que se evidencie un verdadero espíritu de arrepentimiento y de reconciliación.
Juan era lo que parecía ser ante la gente que lo seguía; su integridad personal lo hacía ser él mismo, en público o en privado, en lo que pensaba o en lo que predicaba, en lo que sentía o en lo que hacía. Su integridad iluminaba a los que ansiaban salir del “reino de la mentira”, para ser parte de otro reino, “el reino de la verdad y de la justicia”.
La decepción que sufre hoy nuestra generación, es tomar conciencia que no hubo integridad en los que tuvieron cargos de eminencia o autoridad; que los que parecían ser altas autoridades, administradores de los bienes públicos, emisarios y guardianes de la verdad, personajes respetables de nuestra sociedad, amigos comerciales y defensores del haber de nuestros pueblos; sencillamente no eran lo que parecían ser. Porque les faltó integridad en su formación personal; arrastrando a nuestros pueblos a una gran crisis global de credibilidad.
Pero, exhorto a los hombres íntegros de nuestros pueblos, que los hay, pónganse de pie, y alumbren cual antorcha en medio del oscurantismo de la corrupción que nos invadió y que se mantuvo en nuestras narices por cerca de un cuarto de siglo, (en nuestro caso); y a voz en cuello, como solo suelen hacerlo los hombres íntegros, repitamos este mensaje: “El mundo entero se habrá podido corromper, pero yo, no; a todos se les habrá puesto un precio, pero yo no me vendo; se habrá perdido la fe, pero yo mantengo firme mi esperanza, y me esforzaré y contribuiré por un país, un futuro y un mundo mejor”.
¡Lee la Biblia!
C.A.S./Una reflexión biográfica de un profeta íntegro