El hábitat primario de la vida humana lo es el medio ambiente ecológico; de este medio depende el sustento de toda su existencia orgánica: su respiración, su alimento, su espacio histórico-geográfico, su aprendizaje experencial-cultural y conocimiento objetivo, su vínculo patrio y regional.
En el libro bíblico de “Los Principios”, es decir, el “Génesis”, en griego, y “Bereishìt”, en hebreo; se relata que el primer hombre creado por Dios, fue puesto en un lugar llamado “Paraíso”, o Jardín del Edén, (lugar que la imaginación popular a caricaturizado, pensando en este primer hombre viviendo de una manera fácil y gratuita, sin obligaciones tributarias, ni laborales); en este Paraíso terrenal, éste primer hombre realizaba una tarea física, “labrar y cuidar el huerto del Edén”, (Génesis 2:15); tenía una obligación moral, guardar la Ley Oral de Dios, (Génesis 2:16-17); tenía una tarea intelectual, poner nombre a toda la fauna terrestre y alada, (Génesis 2:19-20); vivía para el amor conyugal y filial, (Génesis 2: 22-24); y había recibido de Dios una tremenda responsabilidad, administrar todo su medio ecológico, (Génesis 1: 28-30). La expulsión de esta primera pareja del huerto del “Edén”, por el pecado original de “la desobediencia a la Ley Oral de Dios”, trajo como consecuencia una supuesta independizaciòn del hombre, de la tutoría divina. Ahora el hombre seguiría con sus mismos atributos de administrador de su medio ambiente ecológico, en este mundo, que sigue siendo el mismo Paraíso creado por Dios para la privilegiada especie humana; con la diferencia de que Dios está ausente de este Paraíso terrenal y que el hombre se ha encargado hasta hoy, de convertirlo en un infierno de sufrimientos y de continuos ¡ayes!
El medio ambiente urbano creado por el hombre, en dónde la vida moderna se ve rodeada del concreto, de calles y avenidas, del tránsito vehicular, de una enmaraña de cables, de una cadena de centros comerciales y de entretenimientos, y de una multitud de semejantes que se comunican vía la tecnología digital e inalámbrica; el hombre moderno va perdiendo la conciencia de lo valioso que es nuestro hábitat natural, y está convencido que sus necesidades superfluas de lujo y comodidades en una gran ciudad, son el todo de la vida moderna presente y futura.
Esta modernidad se ha venido extendiendo por todo el globo terráqueo, depredando el medio ambiente ecológico y consumiendo los combustibles fósiles y de carbón, que contaminan el aire del planeta, justificándose en lograr una anhelada prosperidad capital; poniendo un precio comercial a todo y convencida de que todo se soluciona con un valor monetario. Un ejemplo gráfico de la expansión de esta modernidad urbana, lo encontramos en la ciudad- estado árabe de Dubai, y su gran esfuerzo económico y de aplicación de las ciencias de ingeniería y arquitectónica, que ha modificado un medio natural inhóspito, construyendo exponencialmente una gran ciudad urbana, moderna, de última generación. Inaugurando hace poco, su moderna “torre de babel”, de 160 pisos, que desafía las leyes de la naturaleza, en ese equilibrio de convivencia entre lo natural y lo urbano.
La pasada cumbre de Copenhague, de Diciembre del 2009, ha tomado el pulso al hombre moderno y a su conciencia ecológica, deslindando una nueva frontera entre los intereses corporativos que etiquetan las economías mundiales y los intereses comunes, como el derecho a existir sin contaminación y a prever la existencia futura del planeta Tierra. La lectura concluyente que nos deja esta cumbre de Copenhague, entre otras lecturas, tiene que ver con la ciencia, el conocimiento científico, que las corporaciones emplean y aprovechan exclusivamente para obtener utilidades macroeconómicas, de sus inversiones selectivas; pero, sin interesarles su aplicación al bienestar común y futuro de los pueblos del mundo. Además, ha puesto al descubierto ese gran defecto propio de nuestra humanidad, su híper- egoísmo.
Como sea que el hombre del presente se vea a sí mismo como hombre del futuro, su pragmatismo, (tendencia moderna), le bloquea su perspectiva del futuro, alienándolo de sus logros y fracasos presentes. A la verdad, no todos tienen esa capacidad o sentido del futuro, salvo personas excepcionales, con una extraordinaria sensibilidad y conciencia universalista por su entorno. Pero, en especial, el sentido del futuro es una virtud cristiana, pues, el hombre de Dios, es consciente de la trascendencia de la vida y las acciones presentes; así que, con toda intencionalidad obra en el presente para afectar el futuro, su eternidad. Copenhague ha informado a las naciones allí representadas, cual debe ser la cuota de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y contaminantes, que los países industrializados deberán aplicar; y también ha informado de cuales serían las consecuencias catastróficas futuras para nuestro hábitat planetario, de hacerse caso omiso a tal advertencia. Nos deja perplejos ese menosprecio convenido por la ciencia, de parte de las corporaciones; porque para estas corporaciones la ciencia es exacta, cuando la emplean y la usan para obtener grandes utilidades; pero, argumentan de las inexactitudes de la misma, cuando ésta les advierte de las consecuencias futuras para el planeta, de seguir contaminándose el medio ambiente.
Copenhague nos ha puesto de cara hacia el futuro; de lo que hagamos ahora en el presente dependerá la existencia futura del planeta. Todos tenemos la información de la ciencia, tenemos el conocimiento de lo que ha provocado las alteraciones singulares del clima estacionario, en la actualidad; esperamos que la respuesta a este conocimiento, no sea como la que tenemos de la enfermedad del SIDA, porque todos tienen la información científica sobre el virus del SIDA, sus medios de contagio y consecuencias funestas, pero, los casos de contagio vienen en aumento cada año. Y la razón es que no basta la información, las personas deberán aplicar dicho conocimiento a su ética de vida; auto educando sus pasiones desenfrenadas y moderando sus promiscuidades sexuales.
Haciendo un ejercicio de mirar el futuro en retrospectiva; es decir, procurando mirar el mañana, con lo que vemos en el presente, lo que visualizamos es el dominio de las corporaciones en las cuales hay intereses de Estado, porque aquellas que han sido remecidas por la ola de la crisis económica, han sido asistidas económicamente de acuerdo a su nacionalidad de origen. Estas corporaciones seguirán manteniendo un sistema económico basado principalmente en la apreciación del metal y el crudo; y seguirán paradigmáticamente condicionando a los países en desarrollo, ha dedicarse a la industria extractiva. Así que veremos países que seguirán la industrialización extractiva, como vía única de desarrollo macroeconómico, sumándose a China y a la India; resultado, más contaminación planetaria. Que más vemos en el presente, anomalías en el clima estacionario, desastres que cada vez son más recurrentes, contaminación, esterilización de la tierra por fumigación, deforestación; que nos espera en el futuro, crisis y escasez de alimento. Vendrán tiempos, en que el alimento será lo más apreciado; y que la gente pagará con todo su salario, solo para comer. (Lo digo según lo advierte la Biblia en Apocalipsis 6: 5 -6). Aquellos países que viven de la agricultura y la ganadería, podrán sobrevivir a otros, que solo se han dedicado a la extracción y deforestación de su suelo.
En estos tiempos de cambio de mando, necesitamos de presidentes que planifiquen el futuro de un pueblo, de aquí a 30 años. A los presidentes comerciantes de materia prima, les ha sido difícil prever el futuro de su nación, porque se han trabado en sus logros macroeconómicos presentes, extraviándose a veces de su conciencia nacional, mostrando un desinterés aparente en la actual realidad del libre mercado, en que son los intereses foráneos los que más provecho le sacan a nuestras riquezas. Necesitamos nuevos presidentes ecologistas, que desarrollen una economía agraria, sector tan postergado en nuestra patria y que será la economía de despegue en el futuro próximo. Y el Perú es una tierra bendecida para el desarrollo de la agricultura y la ganadería.
Según el libro sagrado, la Biblia, vivimos el tiempo profético de los dolores de parto de esta creación terrena, que se prepara para alumbrar una creación eterna, celestial. (Romanos 8: 19-23). Los seres humanos deben tener conciencia de que esta creación de Dios, llamado planeta tierra, es la morada concedida por Dios, para la vida plena de los seres humanos; pero que la conducta de los seres humanos y el trato que le ha dado a su morada natural, ha sido como la de unos inquilinos problemáticos y destructores.
No debe extrañarnos que la naturaleza nos devuelva el mismo trato que le hemos dado hasta hoy; no debe extrañarnos las voces de alarma que nos da la naturaleza, que es tiempo de desalojo; porque Dios no solo es un ser moral, sino que también el juzga la conducta moral de los seres humanos.
Es tiempo de arrepentimiento, y de reconciliación con Dios, con nuestros semejantes y nuestro medio ecológico.
¡Lee la Biblia!
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